7/6/12

Antiguas tiendas y comercios tradicionales


En éste artículo haremos un repaso de las tiendas tradicionales de variantes que hubo en Villa del Prado. Éste tipo de tiendas fue el común en cualquier pueblo de España durante mucho tiempo, aunque podían por supuesto encontrarse también en zonas modestas de ciudades. Éstas tiendas, también conocidas hoy como “de ultramarinos” y “colmados”, al estar situadas en un pueblo, procuraban abastecerse de todo tipo de productos necesarios, mezclando la alimentación, con la droguería y diversos artilugios que se utilizaban en su época según las necesidades de los habitantes del pueblo. Las tiendas tradicionales arrancan de una base situada en una época muy lejana, cuando hace varios siglos ya se mencionan en los archivos municipales algunas tiendas de éste tipo. A lo largo del tiempo las tiendas fueron cambiando, se cerraron unas, abrieron otras… cambió su disposición y sus productos según las épocas… aunque en ellas siempre se conservó su carácter primitivo y sencillo. Las que mencionamos en éste artículo son las últimas que hubo en el pueblo, centrándonos en la época que va aproximadamente desde 1930 hasta 1980. Fueron bastantes, unas cerraron o abrieron antes o después que otras. Algunos de los descendientes de aquellos comercios aún tienen tiendas y han reconvertido los viejos comercios tradicionales en modernos autoservicios, otras solo son un mero y entrañable recuerdo.

Para ver un ejemplo de una de aquellas tiendas, veremos a continuación una descripción de una de ellas: La tienda del Señor Juan “El Cacharrero”.

Se hallaba ésta tienda que funcionó durante la segunda mitad del siglo XX, hasta comienzos de la década de 1980, en la esquina que forman la Plazuela de San Félix y la calle San Bruno, donde hoy día hay otra tienda moderna.

A la tienda del Señor Juan se entraba por una rústica y antiquísima puerta de madera con un pequeño cristal. Una vez dentro, a la claridad de la pequeña ventanita, se apreciaba un sencillo mostrador de madera con la parte superior cubierta de chapa. A un lado se podía ver  una maquina-cuchilla de cortar bacalao y al otro una balanza para pesar. En uno de los rincones del pequeño cuarto que formaba la tienda se apilaban cacharros de barro, ollas, pucheros, cuencos y platos que vendía el tendero. En otro de los rincones se hallaban manojos de escobas que también vendía, y en los anaqueles de las paredes, latas de conserva. 

A ésta tienda podías ir a pedir en los años 50 “una peseta de fideos”.  Una vez pedido al tendero, éste hacía un cucurucho de papel y echaba dentro uno o dos puñados de fideos que servían para hacer algunas sopas, a cambio de solo una peseta de entonces. Bastantes años después, la tienda del Señor Juan, como otras de alimentación en el pueblo, tuvo por vez primera una cámara refrigerante, lo que les permitió incluir los nuevos productos refrigerados y frescos que fueron surgiendo en el mercado en las décadas de 1960 y 70. Cuando fueron apareciendo los primeros chorizos tipo “Revilla” y otros embutidos industriales similares, la gente del pueblo los compraba con cierta sensación de artículo “moderno y de lujo”, pues hay que tener en cuenta que hasta entonces solo se habían consumido los chorizos caseros hechos de la propia matanza, sin marcas, ni etiquetas; a lo sumo, algunos que venían con la conocida chapa de identificación colgando de la cuerda. Las chapas del chorizo y salchichón fueron comunes en todo el mercado español hasta mediados de la década de 1980.

Junto al modesto y rústico mostrador de la tienda del Señor Juan, se hallaban unos enormes sacos de legumbres, con judías, garbanzos y lentejas, que el tendero vendía y pesaba, también echándolas en un típico cucurucho de papel. 

El número de tiendas era amplio, en el Villa del Prado de la época que tratamos en éste artículo. Eran bastantes en número, pequeñas todas ellas, pero a pesar de ello, se encontraba siempre lo que se necesitaba. Éstas tiendas se hacían simplemente habilitando una zona de la planta baja de la casa donde se quería instalar el comercio, por lo cual, ofrecían unas dimensiones y aspecto muy casero. En ellas se vendían también artículos para el campesino, cuerdas, algunos útiles, sombreros, zapatillas y boinas. La venta de bebidas, gaseosas y sifones era igualmente común en éstos comercios, pero siempre en aquella época cuidando de devolver puntualmente y sin falta los cascos vacíos de las botellas, costumbre que hoy se ha perdido pero que entonces era de normal cumplimiento. Otro artículo típico de éstas tiendas era el bonito en escabeche al peso. Hoy en dia en algunos comercios se sigue vendiendo así, sacado de una enorme lata, cogido con unas pinzas-tenaza y embolsado con un poco de caldo, pero ¿Quién no recuerda cuando lo típico en todas partes era que se cogía de la lata con una cuchara y el dedo pulgar del vendedor?, cosa que a los niños nos encantaba mirar sin importarnos ni la cuchara ni el dedo, pensando en las empanadillas o ensaladilla que de ahí iba a salir.

En Villa del Prado se asentaron entre el siglo XIX y comienzos del XX algunas familias que fueron conocidas por su dedicación casi exclusiva al comercio y a las tiendas. La familia Sampayo se caracterizó en el pueblo por tener casi todos ellos tiendas de alimentación / droguería, manteniendo actualmente algunos de sus miembros ésta dedicación. Otros tenderos asentados en el pueblo provenían sobre todo de Zamora, gran cuna de personas dedicadas a ésta actividad del comercio, destacando la familia Colino, cuyas ramas se dispersan por numerosos pueblos de Madrid. 

Cualquiera que haya conocido éstas tiendas puede recordar la tradicional mezcla de aromas y olores que había en el interior, que en ocasiones era dominado por el agradable aroma de los detergentes y jabones, en otras el del chorizo y embutidos, y en otras el del bacalao salado. En éstas tiendas, la maquina de cortar bacalao seco era un complemento muy típico que aparecía siempre en algún lugar especial, como la balanza de mesa. Muchas veces sus paredes interiores aparecían con frecuencia pintadas con colores verdes y azules pastel. La luz de la calle entraba por sencillas ventanas de madera, que a veces eran apañadas como improvisados escaparates. El ambiente interior de éstas tiendas era el de una pequeña habitación casera llena de productos, donde muchos vecinos y vecinas del pueblo no sólo acudían a comprar sino a hablar de sus cosas del dia y hacer pequeñas tertulias, convirtiéndose la tienda en un lugar de relación social entre vecinos, costumbre que aún se conserva en cualquiera de los actuales comercios pequeños.

Algunas tiendas para el recuerdo fueron la de José “El Pescadero” y la de Eugenio Sampayo, las cuales funcionaron hasta mediados de la década de 1980; y otras como la del “Tio Lorito”, con su inconfundible boina y gafas redondas de concha, que vendía también golosinas para los niños. Otras tiendas de éste tipo muy conocidas fueron la de Agustín García y la de Jesús Lorenzo, así como otras que se haría muy largo enumerar. En otros sectores del comercio funcionó la llamada “Tienda Nueva”, dedicada a los tejidos y prendas de vestir, y cuyos vestigios aún se ven a día de escribir éste artículo, tras casi 30 años cerrada. Mucho ántes, destacó la paquetería de Joaquín Pérez Colino, el cual construyó en 1889 en Villa del Prado el primer edificio nuevo dedicado especialmente a ser una tienda, grande y espaciosa, con vivienda en la parte superior.
Sería efectivamente muy larga una descripción de todas las antiguas tiendas de Villa del Prado, así que éste artículo invita a los que recuerden cualquier cosa de aquellas tiendas tradicionales, a que muevan su memoria y aporten sus vivencias y momentos en aquellos comercios, que con su sencillez y cercano trato, construyeron día a día una parte importante de la historia popular del pueblo.

Juan Durán

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